El día había comenzado con un gran clima, y con un Sol pleno. Eso sucedía en todo Inglaterra, como también en el estadio Central de Wimbledon. Y lo que estaba pasando allí era increíble y hasta histórico. Murray, con un gran apoyo del público, ganaba el primer set por 6-4 mostrando un nivel excelente, potenciado por su gran estado físico para encarar la final. Del otro lado de la red, se veía a un Federer tibio, cauto, y hasta tímido para encarar lo que era la oportunidad de su vida.
No era que Roger no tenga experiencia en estas circunstancias. Quizás sea el tenista que más experiencia tenga a la hora de afrontar este tipo de desafios, pero no olvidemos que también es humano, y que en nuestras cabezas, todos, a pesar de ser los mejores en nuestros ámbitos, tenemos presiones que muchas veces nos juegan en contra. Y eso era lo que le estaba pasando al suizo, quien se veía abatido por el nivel de su rival, el apoyo de la gante para con Murray y su mal andar a la hora de pegarle a la pelotita amarilla. Sin embargo, su talento, su perseverancia, su mente sacaron adelante el sacudón del principio y lograron que por lo menos, en el segundo set, la historia comience a emparejarse.
Luego de remontar algunos break points, su drive comenzó a ser más sólido y con él dominó al escocés, quien se daba cuenta que ya no enfrentaba al Federer que había perdido los dos primeros sets ante Julien Benneteau en la tercera ronda, sino que enfrentaba al hombre que le había ganado las semifinales a Djokovic en un nivel superlativo. Tal es así, que en el momento del saque del local en el 5-6, la presión pasó de su lado, y el set terminó en favor del suizo 7-5, que niveló el asunto a un parcial por lado.

Todo hacía ir a un tercer set. El estadio comenzaba a lamentarse la oportunidad desperdiciada por Murray, quien además de ser el crédito local, como todos los años, había podido por fin clasificarse a la final, y tenía claras chances de ser el primer británico, luego de Fred Perry (ganó el título de Wimbledon en 1936) en alzar ese trofeo dorado que entrega el torneo londinense al ganador del certamen.
Así como de lamentaba el estadio, el clima en Inglaterra también notó la baja de Murray y comenzó a enviar nubes, en clara posición a que el cielo lloraría la oportunidad perdida. Tal es así que Federer estaba muy metido y enchufado en el encuentro y Murray hacía lo que podía con el afán de sostener lo insostenible cuando comenzó a llover.
Pero esas nubes poco inquietaron a Federer, quien tras la espera para que el estadio se cierre de la manera correcta, y de que todo esté en ambiente nuevamente, le quebró el saque a Murray, no dejó escapara más el suyo y se adueñó de ese tercer set que tanto anhelaba por 6-3 para adelantarse en el marcador y demostrarle a Murray y a la gente que el que estaba en la cancha ahora no era el del primer set, sino el de los cuartos de final ante Mikhail Youzhny.
El cuarto resultó ser algo parecido al anterior. Quiebre tempranero de Federer y después sólo había que mantener el servicio para demostrar lo que todos estabamos esperando: el resurgimiento del Ave Fénix. Los segundos previos al último saque de Federer, cuando se disponía a servir 5 a 4 y 40 a 30 a su favor habrán sido los más impresionantes que pueden pasar por la cabeza de cualquier deportista, sólo comparable con un penal que defina el campeonato del mundo en el último minuto del partido final. Nervios, ansiedad, locura, presión son algunas de las cosas que se le habrán pasado por la mente al suizo al momento de tirar la pelotita para arriba.
Tras la devolución de Murray, Federer atacó por la derecha del británico, y éste le facilitó el asunto. Un error depositó a Roger en la historia grande del tenis. El talento y la perseverancia demostrada para aguantar, con 30 años, a jugadores con mejor físico y más entrega que él, hicieron que Federer sea el justo y merecido campeón que Wimbledon debía tener este año.
Además de entrar en la historia grande del tenis en cuanto a la estadística con el logro de ser el tenista que a partir de la semana que viene se situe más semanas como número 1 del mundo (287 semanas contra 286 de Pete Sampras), y de igualar a su ídolo Sampras en cantidad de títulos obtenidos en la Catedral del tenis con 7 coronas, Federer demostró que el talento, el ser cauto, perseverante, y aprovechar los momentos justos para marcar la diferencia, lo llevaron a ser el mejor tenista dentro de la historia del deporte blanco.
Hace más de una semana en este mismo blog, cuando hice la nota sobre los números probables que terminaron siendo tales, había dicho que a los grandes jugadores lo que no los mata los fortalece. Federer desmotró que ese lema se cumple de excelente manera. Remontó aquel partido con Benneteau, donde la pasó realmente mal, y luego terminó siendo el campeón.
Ahora digo, se avecinan los Juegos Olímpicos, Federer es el número uno del mundo y si los gana quedará como tal, además de sumar a su estante perfecto de logros el de ser campeón olímpico representando a su país. Si todo esto pasa, ¿tendremos a Roger por más tiempo? Mi visión dicta que no. Ojalá que la ambición de ganar la Copa Davis (único hito que no logró, además de los Juegos Olímpicos) lo incentiven para seguir jugando por lo menos un tiempo más, y que todos nosotros, dichosos de ver al mejor de la historia, disfrutemos un poco más de su talento para empuñar una raqueta.

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