Boca rechazaba el balón de su propia área, caía en los botines de Dario Cvitanich, que con un pase magistral, dejó mal parada a la defensa de Unión Española. Pablo Mouche y Juan Román Riquelme esperaban el balón, y fue el delantero Xeneize quien lo capturó tras el pase de Cvitanich. Por el otro lado venía Riquelme solo, quien recibió la pelota de su compañero para encarar a esa pobre defensa. Lo mejor estaba por venir…
El crack del conjunto de la Ribera agarró la redonda, hizo un freno y eludió al primer defensor chileno. Posteriormente, encaró a su segundo marcador, quien se le tiró a los pies en vano. Un tercero intentaba arrebatarle esa pequeña esfera blanca de sus botines, sin poder lograr exitosamente su prometido. Era el momento de Román, era el momento de Boca, era mi momento.
El 10 quedó mano a mano con el arquero, quien se paró de frente a semejante monstruo del fútbol. Fue allí cuando Riquelme acarició el balón suavemente a contrapierna del arquero para llenarse la boca de gol, salir a gritarlo besando su escudo hacia la tribuna, y darle el 3 a 1 momentáneo a su equipo.

En ese instante sentí una sensación que hacía rato no sentía: alegría y placer de ver ante mis ojos una jugada de otro planeta, y con Riquelme como protagonista principal. Mi corazón latió a mil y comenzaron las alabanzas a semejante personaje del juego de la pelota. Los gritos de euforia salían de mi boca como hacía tiempo no pasaba, y era porque realmente Riquelme me hizo el mejor regalo de cumpleaños que me podría haber hecho.
Mis 20 años, que cumpliré en unos minutos, jamás vivieron una alegría semejante en lo que a fútbol respecta. Agradeceré eternamente a Román por este regalo divino y será que soy un dichoso de recibirlo.
Gracias Román, ojala se detenga el reloj en tu línea del tiempo, y sigas jugando a este deporte toda la vida. Jamás veré algo igual. ¿Qué mejor regalo puedo pedir?
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