domingo, 16 de septiembre de 2012

Gracias, Campeón.



Alrededor de las 19 hs, empezaron a invadirnos esas previas tan odiosas a veces, pero tan necesarias, tan ricas para este acontecimiento. Desde esa hora, amigos, familia, se comenzaba a juntar y a diagramar el último turno del día que era "la noche de la pelea". 

 "Te va a dolor Junior, te va a doler” (Maravilla a Junior), "no te voy a ganar, te voy a retirar" (Junior a Maravilla) eran los anuncios, los indicios que los protagonista ya deslumbraban de lo que iba a venir, de la avalancha que iba a sacudir las emociones de cada uno de los argentinos en sus casas.

 Desde hace años, el boxeo perdió protagonismo en sí mismo debido a la falta de continuidad de un peleador consagrado, de llegar a estar a la altura de los grandes de la historia, como Muhammad Ali, Rocky Marciano, y por estás costas como Monzón, Oscar "Ringo" Bonavena, Victor Galíndez. Hoy, era una noche de aquellas de los años 70 en el Luna Park, de las que hace mucho tiempo el público nacional olvidó, o no se identificó con un "campeón" que le haga revivir esa llama tan eterna que siempre llevó el argentino. 

Sergio "Maravilla" Martínez, ya desde su nombre, demuestra que es un tipo diferente de boxeador: carismático, trabajador, mediático, extravagante desde la manera en la que habla como la que se viste. Conocido en estás tierras en casi su totalidad por sus participaciones en programas con gran audiencia más que por sus peleas, aunque fuera reconocido en el exterior y más especialmente, en la cuna del boxeo, que son los Estados Unidos. Un personaje propiamente dicho, tal vez, el que necesitaba la gente común, para volver a entender o conocer lo que es el boxeo.

 "Conmigo vienen los de atrás", de Calle 13, fue el soporte, el grito de guerra de Martínez: El sentir la convocatoria de cada televisor de Argentina, Latinoamérica (también esta parte del continente lleva el nombre de otro tema del dúo puertorriqueño con él que entró en sus últimas peleas) y hasta España, que paso a paso, cada televidente lo acompañaba detrás suyo al cuadrilátero. 

Julio César Chávez Junior era el hijo del campeón, con el que contaba el apoyo de la gran parte de Las Vegas gracias a la proximidad geográfica del país mexicano con el estadounidense y a su vez, porque se celebraba ese mismo día su independencia. 

 Los primeros rounds de la pelea, hasta el séptimo, fue un concierto, una lección de box del argentino hacía su rival: "bailando" en el ring, moviéndose de un lugar a otro, sin en ningún momento dejarlo cómodo y siempre estando a un paso de su contrincante, aprovechando mejor su alcance e imposibilitando a Junior de encerrarlo en el juego que más le convenía, el de estar cabeza a cabeza contra las cuerdas. 

Uno a uno, Maravilla dominó de pies a cabeza, debilitando a Junior tanto física como mentalmente, bajando los brazos como es característico de su estilo, jugando con un hilo tan delgado que divide la provocación y la soberbia de sobrar a un rival, que no lo dejaba definir de una vez por todas el pleito. 

 Ya en el último asalto, teniendo prácticamente la pelea ganada el oriundo de Quilmes, se jugaban el todo por el todo. Chávez Junior entendió el mensaje de lo que estaba sucediendo jugándose su última carta, yendo a buscar a Martínez. Faltando un minuto y treinta segundos para lo que parecía una pelea ganada de todos los ángulos, costados, y lugares, Junior logra el objetivo de llegar contra las cuerdas a Maravilla y su cometido que no llegó a hacer en el transcurso de la pelea. 

Una, dos, tres y cuatro. Cuatro fueron los golpes con la mano izquierda que desestabilizaron a más de millón de argentinos. Que nos dejaron sin aliento, Ese segundo que parecía eterno, que una pelea trabajada, que casi parecía cerrada, se desvanecía en el rostro del "campeón" argentino, luego de caer en el piso del ring. Ese rostro perdido, confundido que no habíamos conocido en toda la pelea y que jugaba, hería, lastimaba en el alma, en el pecho, a cada argentino que no expresaba otra palabra más que "campeón, levantate". 

Todos fuimos Walter Nelson, Horacio Paganni o Osvaldo Principi, pidiendo a gritos desaforados, nerviosos, que se corra, que se mueva, que no quede contra las cuerdas otra vez, que no vuelva a caer, a tambalear la idea de una derrota tras una serie de 11 rounds casi perfectos. Esquivando a su lado, recibiendo también sus golpes al abdomen, a la cabeza, chocando, abrazando al mexicano, para que pasen los pocos segundos que quedaban. Para transmitir, para hacerle recobrar un poco más de fuerzas, solo un poco más, a este argentino que nos devolvió una noche de boxeo de la época de Monzón, que aguante un poco, solo un poco más. En ese momento no importaba si alguna vez habías visto una pelea de box, si conocías aunque sea el nombre de Sergio Martínez hace poco más de una semana. Importaba ese grito de auxilio desesperado que los periodistas representaban, reflejaban a cada persona en su casa, exigiendo solo un poco más hasta que caiga de una vez el ruido de las campanas. 

Agridulce se tornó el final de la batalla, del espectáculo que ofrecieron tanto Junior como Martínez. Un round que no estuvo en la elocuencia que demostró todo el trajín de la pelea, que muchos temíamos podía llegar a "nublar" la percepción de los jueces que, en la historia de este deporte, las decisiones no fueron siempre las más acertadas o lógicas, haciendo prevalecer más al negocio que al deporte en sí. 

 Para la sorpresa propia y de muchos colegas, unánime fue la decisión del jurado sobre la consagración de Sergio Martínez como campeón, dirigiéndonos en cuestión de minutos a una montaña rusa de emociones. Que transformo ese principio de incertidumbre, de duda, en certeza y felicidad. 

Hoy se escribió una página muy importante en la historia del boxeo argentino, desde su convocatoria de millones y millones argentinos, a lo largo y ancho del país, hasta el logro obtenido por el carismático Sergio Martínez, para volver a pensar, a tener en cuenta al boxeo, a no sentirnos tan solos, tan lejos, de un tal "Ringo" Bonavena, y porque no, tal vez en futuro, a otro tal Maravilla y quizás “Chino” Maidana.

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